EL CRUCE DEL RIO
EXTRAIDO DEL LIBRO” DÉJAME QUE TE CUENTE” ESCRITO POR JORGE BUCAY Doctor en Medicina y especialista en enfermedades mentales.
`` Estos cuentos han sido escritos para señalar un camino.
Encontrar el diamante que hay en ellos es tarea de cada uno.``
-¡Tengo un cabreo…!
-¿ Qué te pasa?
- Pues mira: que de aquí tengo que ir a casa de un compañero a llevarle unos apuntes que necesita…y vive muy lejos.
-Mira, Demián…
-Sí, ya sé- lo interrumpí-, me va a decir que yo” no tengo que”nada , que lo hago porque yo quiero, que yo lo elijo y todo eso…, ya lo sé.
-Claro , tú lo elijes.
-Sí, lo elijo. Pero siento que es mi obligación.
-Muy bien. Yo no cuestiono que tú te sientas obligado, ni cuestiono por qué te sientes obligado. Lo que cuestiono, en todo caso, es que ni tu sepas por qué te sientas obligado.
- Yo sé por qué me siento obligado: Juan es un tío fenomenal y cada vez que yo necesito algo, él está ahí para ayudarme. A mí me parece que no me puedo negar.
-Mira, poder, puedes. En todo caso, lo que sucede es que…
-… que me preocupa qué pensaría Juan de mí.
- No, aún peor. Te preocupa qué pensarías tú de ti.
-¿ Yo? Me sentiría un indeseable.
-Independientemente de lo que fueras o no si no le llevaras los apuntes, ¿ no te estás sintiendo ya un indeseable por el sólo hecho de tener pereza de ir?
-Sí, supongo que sí.
-Aquí está el problema de los sentimientos de culpabilidad. ¿Ves? La humanidad sufre y se fastidia la vida porque durante doce horas diarias se siente culpable de ser como es… Y las otras horas le fastidia la vida a otro diciéndole lo que tiene que hacer.
-¡ Ah! Ahora sí que ya no sé nada.
-Quizá sea lo mejor. Quizá sin saber nada haya más para aprender.
Los momentos en que Jorge se ponía entre filosófico e irónico y yo no sabía si me lo decía a mí o estaba meditando en mi presencia sobre el futuro de la humanidad, eran los más difíciles de soportar.
Lo hiciera por lo que lo hiciera, por él, por mí o por la ciencia, lo cierto es que aun sabiendo que más tarde todo esto me serviría, yo sentía que me quería ir. No quería más: ni terapia, ni crecimiento, ni nada. Me quería ir…
Lo único que me retenía era el recuerdo de que alguna vez lo hice y al final todo había resultado peor, porque me había llevado la confusión conmigo y no había podido hacer nada hasta no terminar con ella.
Este cuento me lo contó aquel día, pero en cada uno de esos momentos venía a mi memoria, para recordarme la importancia de ni dejar las cosas a medias y de los peligros de ocupar la mente con cosas no resueltas.
Había una vez dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio. Cuando llegaron al río, vieron a una mujer que lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva.
-¡Qué te sucede?- le preguntó el más anciano
- Mi madre se muere. Está sola en casa, al otro lado del río, y yo no puedo cruzar. Lo intenté- siguió la joven-, pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda… Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora… ahora que habéis aparecido vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar…
-Ojalá pudiéramos- se lamentó el más joven-. Pero la única manera de ayudarte seria cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Lo tenemos prohibido…Lo siento.
-Yo también lo siento- dijo la mujer. Y siguió llorando.
El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo:
-Sube.
La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su hatillo de ropa y subió a horcajadas sobre el monje.
Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el joven.
Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó al anciano monje con intención de besar
- Está bien, está bien- dijo el viejo retirando sus manos-, sigue tu camino.
La mujer se inclinó con gratitud y humildad, recogió sus ropas y corrió por el camino hacia el pueblo.
- Los monjes, sin decir palabra, retomaron su marcha al monasterio. Aun les quedaban diez horas de caminata…
Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano:
- Maestro, vos sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargasteis sobre vuestros hombros a aquella mujer a través de todo lo ancho del río.
- - Yo la llevé a través del río, es cierto. Pero ¿ qué te pasa a ti que todavía la cargas sobre tus hombros?.
LOS CUENTOS QUE ME ENSEÑARON A VIVIR.
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